Es una escena muy común, la familia sale a pasear un fin de semana, digamos que un sábado por la mañana, el papá conduce, la mamá hace de copiloto y dos chamacos alegres (el niño mayorcito y la nena la princesa de la casa) y ruidosos van montados en el asiento de atrás; viven en alguna de las ciudades que abundan en México, tu escoge cuál: DF, Toluca, Cuernavaca, Monterrey, Guadalajara, etc. Han decidido pasar un buen día lejos del caos citadino y se van a alguno de los pueblos provincianos del país, quieren respirar aire limpio, comer sabroso, caminar un rato, pasear en el campo para que los niños corran y conozcan lo que en la ciudad no pueden, por ejemplo prados verdes, árboles muy grandes para trepar y con suerte hasta un río limpio.
Y de repente uno de los niños inquietos nota que en el río hay peces, ¡pescaditos!, ¡pescaditos! grita el alegre rapaz, la hermana más pequeña se acerca atraída por la feliz sorpresa, muy divertidos y a la orilla del río contemplan a esas simpáticas criaturas que se mueven nerviosas bajo el agua; el Papá nota la alegría de sus hijos, la mamá se mantiene pendiente de que los niños no se acerquen demasiado al agua y mantiene una atenta y complaciente mirada sobre sus pequeñuelos; de repente a la nenita se le ocurre una maravillosa idea, mira con ojos suplicantes a papá y le dice con ese tono dulzón que las hijas saben el papá no puede resistir: quiero uno están muy bonitos, el hermano mayor la mira sorprendido y piensa, claro que buena idea, el padre amoroso y complaciente con sus retoños les sonríe y dice: a ver, acá en el carro traigo una bolsita de plástico vamos a intentar agarrar unos cuantos…Allí empieza la pesadilla, al menos para el pez.