Nació por allá de 2007 en un criadero
legal y sustentable de serpientes, vio la luz junto a sus 12 hermanos una
cálida tarde de Junio y los primeros días no quería probar alimento, debido a
eso nadie sospechaba que se fuera a convertir en el hábil cazador y devorador
de conejos que hoy es; tuvo una “infancia” tranquila que rayaba en la monotonía
pues pasaba sus días en un contenedor a modo en donde, para su bienestar, se
controlaban escrupulosamente la humedad y temperatura, si nos ponemos antropocentristas podría decirse
que se aburría; un día llegamos hasta ese criadero buscando algunos ejemplares
de serpientes que pudieran ser integrados a nuestras colecciones biológicas con
la finalidad de ayudar a la gente a comprender que la inmensa mayoría de las
veces las serpientes no representan un peligro para el ser humano, pero desde
luego este ejemplar macho de la especie Boa
constrictor imperator no tenía ni idea de quienes éramos ni qué demonios significaba
“Museo Vivo” y probablemente aunque lo supiera no le hubiese importado.
Nuestro primer contacto físico
fue duro, pues al intentar manipularlo para revisar su estado de salud, él no
estuvo de acuerdo y nos lanzó varias mordidas de las cuales alcanzó a asestar con
gran tino un par que nos obligaron a desprendernos de un par de hilillos de
sangre, fue un recordatorio: las serpientes ni se domestican ni deben ser
tratadas a la ligera.
Llegó al Museo vivo a finales del
2009 y ya le teníamos preparados su plan de manejo aprobado por SEMARNAT, un refugio,
una buena cantidad de ratones vivos y frescos (cuando llegó no comía conejos),
muchos árboles para invitarlo a trepar y un sol intenso y reconfortante que sabíamos
le gustaría mucho más que las placas térmicas con las que hasta entonces había
regulado su temperatura. Han pasado 6 años desde entonces y al paso de esos
centenares de días el pequeño macho de Boa
constrictor imperator se ha convertido en un adulto sano y fuerte cuyo
mantenimiento en cautiverio ha ayudado a la bioalfabetización de miles de
personas, sus músculos entonados han abrazado y demostrado fuerza a miles de visitantes
que han vencido sus arcaicos e infundados temores, su lengua siseante ha puesto
la sorpresa en miles de rostros y, por sobre todo, su impresionante presencia ha
sentado las bases para el respeto y comunión armoniosa entre miles de humanos y
las serpientes del mundo.
Por eso hoy queremos rendirle
este pequeñísimo tributo en forma de letras, ¡gracias Seboastián! agradecemos que
tu esencia impregne el Museo Vivo y podamos compartirla con todas aquellas
personas que nos visitan buscando diversión, pero que además y casi sin darse cuenta
se llevan conocimiento y forman un lazo de lealtad con la naturaleza, otra vez
mil gracias querido Seboastián.
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